
La salud es definida por la OMS como el estado de bienestar físico, mental y social; no solo la ausencia de enfermedad. El goce del grado máximo de salud que se pueda lograr es uno de los derechos fundamentales de todo ser humano sin distinción de raza, religión, ideología política o condición económica o social. (OMS, 1946). El acceso y cobertura universal a la salud implican que todas las personas y las comunidades tengan acceso, sin discriminación alguna, a servicios integrales de salud, adecuados, oportunos, de calidad, determinados a nivel nacional, de acuerdo con las necesidades (OPS, 2020).
Como sabemos, en el Perú, esta condición integral y plena de la salud está restringida a muy pocos, centralizada en la capital y algunas ciudades de la costa, con una red de servicios segmentada en servicios para pobres y no pobres, fragmentada en cada segmento entre instancias de atención especializada y no especializada, en donde la primera es básicamente hospitalaria, centrada en las enfermedades poco comunes, con tiempos de espera muy prolongados y casi inexpugnables para una franja importante de peruanos. La pandemia solo ha enfatizado estas características: funcionó como ese lápiz que, al pasar por un papel con una figura dibujada en bajo relieve en un papel, la hace evidente.
Considerando que una de las cualidades de la ciudadanía es la posibilidad de acceder a derechos de carácter universal en términos de equidad y, de otro lado, teniendo claro que la salud es uno de dichos derechos, podremos afirmar que en el Perú vivimos una “ciudadanía en salud de muy baja intensidad”. Es decir, si concordamos que el concepto de ciudadanía contiene al de salud e imaginamos que podemos cuantificarla, la “cantidad” de ciudadanía desde la perspectiva de la salud es muy baja. Además, si consideramos que para mejorar dicha condición es necesario establecer una relación entre ciudadanía y salud de carácter cooperativo, bidireccional, en una relación algebraica en la cual su valor es directamente proporcional entre sí. Dicho de otro modo: a más salud, más ciudadanía o, lo que es más o menos lo mismo, a más ciudadanía, más salud.
En el Perú, la relación entre salud y ciudadanía no es complementaria y es hasta contradictoria. Nuestro sistema de salud está centrado en la atención del deterioro de la salud (a la que llamamos enfermedad) y no en su prevención de dicho deterioro, por lo que actúa más eficazmente sobre los efectos y no sobre las causas. O sea, apaga incendios que, cada vez, son más y menos manejables. Hablando con lenguaje sencillo: el sistema de salud peruano hace agua por todos lados. Esa imagen todos la hemos visto y padecido de manera dramática durante las dos olas pandémicas que acabamos de vivir.
Si recordamos que la otra característica de la ciudadanía está ligada a la idea de pertenencia a una comunidad, entrando en juego en la ecuación conceptual el deber ejercitar principios y valores, así como el cumplimiento de determinadas tareas en beneficio de dicha comunidad, lo que complementa, equilibra y hace más pertinente la dimensión semántica de ciudadanía vinculada al disfrute de cualquiera de los derechos. Este punto de reflexión nos lleva a preguntarnos: ¿La comunidad sanitaria, existe? Si así lo fuera, ¿qué características tiene en el Perú? Preguntas que trataremos de responder en la siguiente entrega.
Felicitaciones Lizardo, pregunto, la ciudadanía es intrínseca al ser humano o está relacionada a la Educación sanitaria, si está última afirmación es correcta, de quién depende mejorar la ciudadanía en salud? Del personal de salud? Están formados los recursos humanos para cerrar esta brecha?